20.1.12

Hoy te perdono, me perdono.

Una noche de febrero en una cena de san Valentín.

“Quiero dar las gracias, por el miedo.

Porque por primera vez tengo miedo de que la persona junto a mi sea la que se quiera ir, y eso me hace querer luchar por hacerla sentir feliz, para que se quede junto a mí, y ser feliz también” dijo David mientras tomaba la mano de Liz, su novia.

Liz sonreía, 6 meses juntos, 6 meses queriéndose, 6 meses jugando a enamorarse.

Una noche de junio en el departamento.

David y Liz discutían.

Al parecer David estaba saliendo a escondidas con una chica, la mejor amiga de Liz los había encontrado en un restaurant tomados de la mano.

“No te voy a negar que estoy saliendo con ella, pero es mi amiga, no voy a dejar de tener amigas por ti Liz entiéndelo, si no me quieres creer es tu problema, voy a seguir saliendo con ella, si te parece, si quieres, si no, ya te dije, aun así lo voy a hacer”

Una madrugada de septiembre en la habitación.

Liz lloraba silenciosamente, David dormía a su lado. Se sentía incomoda, no podía dormir, no sabía que pasaba. David despertó.

“Qué te pasa?” preguntó adormilado.

Liz no contestó y derramó otra lágrima.

David la abrazó.

“Por qué no reconocemos que nuestros mejores tiempos ya pasaron? Que las cosas han cambiado, que la realidad es que tenemos una relación mala, y seguimos de todos modos? Aceptamos que nos peleamos mucho, ya casi no tenemos sexo, pero no queremos vivir el uno sin el otro. Así podemos pasar nuestras vidas juntos infelices, pero contentos de no estar separados.”

Vivir juntos y ser infelices para ser felices.

Liz aceptó esa oferta por unos cuantos meses más, e intentó hacer que funcionara por todo ese cariño que le tenía. Seguía con aquello que llamaba un “corazón roto que no quería soltar porque dolía rico.”

Su corazón tenía la esperanza de que todo regresara al inicio, estaba segura de que se amaban y que todo podía regresar (si se esforzaba un poco) a lo que era antes, que sólo estaban pasando una “mala racha”.

Un atardecer de octubre en el cuarto de Liz.

David llegó cansado de trabajar, aventó sus zapatos, desvistió de su camisa y sus pantalones y se acostó en la cama.

Liz estaba sentada del otro lado de la cama, leyendo.

“Cómo te fue?” preguntó Liz.

“Bien” contestó cortante su novio.

“Qué dice el trabajo?”

“No mucho”

Liz lo abrazó y David la apartó.

“Por qué no me dejas extrañarte Liz?” dijo con fastidio, dio media vuelta.

Los ojos de Liz enrojecieron comenzó a llorar, una lágrima cayó sobre la espalda de David.

“Ay Liz, no llores, es la verdad, por favor, estoy cansado”.

David apagó las luces y durmió.

Liz dio media vuelta e intentó dormir.

Una mañana de enero

Liz y David estaban sentados en las escaleras de su departamento

“Si te quedas, hoy comemos sushi preparado por mí” dijo David tranquilamente.

“Hoy voy a comer sushi, pero lo voy a preparar por mí, no me pediste que me quedara, lo siento”

David no contestó.

Minutos después llegó el taxi de Liz.

“Es tu última oportunidad para quedarte Liz.” Dijo David.

“Ya no pueden haber más oportunidades de las que ya nos dimos” contesto tranquilamente Liz.

Subió sus maletas al taxi, entró y se marchó.

Esa fue la última vez que Liz vio a aquel chico que amaba.

Derramó dos lagrimas en el camino “Las últimas dos” se dijo.

Una tarde de junio en el centro comercial.

Liz y su mejor amiga habían salido de compras, Liz por alguna extraña razón se había vuelto fanática de las compras y su mejor amiga se había vuelto su cómplice.

Se probaban vestidos una y otra vez y compraban uno o dos.

Pasaron por una tienda de lencería.

En el mostrador se encontraba un conjunto rojo de encaje bastante bonito.

Liz lo vio fijamente, pensativa.

“Deberías comprártelo Liz.” Dijo su mejor amiga

“Para quien?” contestó con un suspiro.

“Para ti, sólo para ti Liz”

Liz sacudió su cabeza y continuó caminando.

Una noche agosto en casa de Liz.

El teléfono sonó.

“Hola Liz.” Era David

Las manos de Liz comenzaron a temblar, no pudo contestar durante unos segundos.

“Hola David, cómo estás?”

“Bien, acordándome de ti, y tú?”

Liz volteó a ver a su alrededor, estaba sola, llevaba varios meses así.

“Bien.” Contestó Liz por teléfono.

“Acordándote de mí?” Dijo David con esa voz grave que fascinaba.

“Leyendo, que pasó?” contestó Liz.

“Quería saber cómo estabas, encontré una obra de teatro buenísima, vamos?”

Liz y David solían ir al teatro diario.

Liz titubeó por unos segundos.

“No sé, déjame ver, me organizo y te marco.”

“De acuerdo, espero tu llamada bonita, chao” contestó el chico seductor.

Liz colgó.

Comenzó a llorar, llamó a su mejor amiga.

“Bueno?” contestó la chica con voz adormilada.

“Acaba de marcarme David, estoy sola, puedes venir?”

Liz contaba con la suerte de que su mejor amiga vivía a unas cuadras de su nuevo departamento.

“Voy para allá”

Colgaron.

A los pocos minutos llegó su mejor amiga, en pijama cómo era de esperarse.

Liz estaba sentada en el sillón, con sus rodillas pegadas al pecho mientras abrazaba sus piernas, lloraba.

“Que pasa Liz?”

Comenzaron a platicar.

“Lo amo sabes? Pero estoy enojada con él, estoy muy enojada, me lastimó mucho, y ahora viene con esa fresquedad que tanto lo caracteriza a invitarme a salir, por qué lo hace? Se puede amar y odiar a la vez? Y mira, seguro él ya salió con varias chicas, y yo, aquí , sola sin encontrar a alguien, acordándome de él con nostalgia, pero también deseando que desapareciera” dijo Liz entre sollozos.

“Sólo perdónalo Liz” contestó su mejor amiga con tranquilidad.

“Pero es que también he pensado, y tal vez yo tengo la culpa por muchas cosas, tal vez yo también tengo la culpa por todo lo que pasó, yo también le ocasioné muchos problemas, si no hubiera llorado tanto, tal vez, yo no estaría aquí sola. Aun lo quiero, pero ya no lo quiero querer, ya no quiero lastimarme más.”

“Entonces, perdónate primero, y después perdónalo a él. Sólo así vas a poder seguir” Contesto la chica.

Liz no entendió.

Un sábado de Diciembre por la mañana.

Liz caminaba por el parque al que solía ir, no había vuelto a hablar con David desde aquella vez que el marcó. No había salido con nadie. Ya no lloraba, pero tampoco podía sonreír con el alma.

“Perdónate primero, y después perdónalo a él. Sólo así vas a poder seguir” escuchó en su mente.

Regresó a aquel día en su cuarto, cuando aceptó el “trato” que David le había propuesto.

“Vivir juntos y ser infelices para ser felices.”

Era tan fácil distinguir de esa disfunción entre los dos.

Liz sabia que esas dos almas ya estaban cansadas, que ya debían de liberarse, antes de que esa tristeza los matara.

“David, traté tantas veces de hacerte entender que te amaba.”

Liz tomó asiento en una de las bancas del parque, suspiró y recordó lo que su mejor amiga le dijo.

“Sabes qué David? Te perdono, de verdad, todo lo que pasó, lo perdono, te quiero con toda mi alma, y quiero que estés bien, que te vaya bien sin mí, porque yo ya quiero que me vaya bien sin ti, David, ya todo pasó, ya no te tengo coraje, al contrario, te guardo bien, te guardo cómo un buen recuerdo, voy a eliminar toda esa nostalgia, porque ya no quiero que regreses, ni quiero que te vayas, sólo quiero que estés bien” Liz se dijo a sí misma, y respiró profundo.

Aquel día Liz sintió un gran alivio en su pecho, un aire que hace mucho no sentía, Liz sentía un gran alivio.

Sin embargo, algo más le molestaba en su pecho, no podía entender.

Noche de San Valentín en el apartamento de Liz.

Liz veía películas románticas con un gran balde de palomitas, soltaba una que otra lágrima mientras veía películas, estaba sola, su mejor amiga había salido a cenar con su novio, sus amigos estaban con sus respectivas parejas.

Definitivamente Liz extrañaba todo eso.

Pero por qué ella no podía abrir su corazón todavía?

“Perdónate Liz.” Escuchó.

Millones de recuerdos pasaron por cabeza de Liz, “hubieras” inundaron sus pensamientos.

Liz entendió que no podía seguir culpándose, que no podía seguir aceptando toda la responsabilidad delo que había pasado.

Liz comenzó a trabajar en perdonarse.

Pasaron los meses, poco a poco, Liz fue sintiendo cómo esa incomodidad que sentía en su pecho se iba desvaneciendo.

Es curioso no?

Todo lo que envuelve una situación así.

“Perder” aquello tan especial que tienes con alguien y todo el coraje que envuelves, tanto como para la persona, cómo para ti.

Una intranquilidad “innecesaria” que no te puedes explicar.

Y todo por no poder perdonar.

Por “atesorar” en tu mente cosas que no tienes que.

Creo que a todos nos ha pasado una situación como la de Liz, y no tiene que ser precisamente en el ámbito amoroso, también cuando nos encontramos envueltos en una amistad desastrosa.

Amistad, pareja.

Las dos vienen de amor, de un sentimiento tan intenso que si llegas a obstruir se vuelve tu peor enemigo.

Creo, que en la situación de Liz, podemos relacionarnos como las ruinas de un palacio que en algún tiempo fue muy lujoso.

Quien iba a imaginar en ese entonces que aquel palacio iba a terminar en ruinas?

Que aquellas ruinas se convertirían en el lugar más callado y solitario.

No cabe duda que todos quisiéramos que las cosas siguieran igual.

Que muchas veces decidimos seguir ahí, conformarse con vivir infelices por miedo al cambio, a un derrumbe.

Y cuando por alguna razón se derrumba?

Todo el caos que puede sufrir una persona, adaptarse, quemarse, saquearse… Pero al final reconstruido.

Tal vez es que la vida de uno no es tan caótica como nosotros creemos que es, pero sin duda alguna el mundo lo es y la trampa es encariñarse de una parte de él.

Entonces tal vez la ruina es un regalo, la ruina es el cambio a la transformación.

Hay que estar preparados para oleadas de transformación

Liz fue entendiendo poco a poco que los dos, tanto ella como David, merecían algo mejor que seguir juntos porque temían la destrucción si no.

No dura para siempre, nada puede durar tanto.

Mucho menos un rencor, porque acaba por consumirte como un gran incendio en aquel palacio que eres tú

No cabe duda que nunca vamos a poder entender el comportamiento de aquel ser amado que decide lastimarte.

Pero si puedes entender tu comportamiento, que es el que importa.

Encerrarnos en él “Es que por qué?” sólo nos genera problemas.

Una vez dije que perdonaba antes de que me pidieran perdón, para no esperar una disculpa.

Y es precisamente eso, la mayoría de las veces, la disculpa llega después y no podemos estar esperando a que eso llegue, porque nos detenemos nos limita.

Suena tan fácil decirlo, pero tan difícil aplicarlo.

Pero es que es la única solución que puedo encontrar.

No te puedes permitir tanto tiempo de tristeza, cuando algo ya no va por un camino, es mejor dejar que se vaya, así, te evitas de muchos rencores innecesarios.

Si realmente quieres a una persona te invito a perdonarla/o a desearle lo mejor y seguir adelante.

Y dejar de culparte. Aquí no hay culpas, las cosas pasan porque tienen que pasar.

Si tanto lo quieres, entonces debes de quererte igual, si ya perdonaste a la otra persona, entonces perdónate a ti.

Aprender, y no cometer errores que crees que cometiste la vez pasada.

Si no puedes superar un desamor, piensa porque no puedes, y si te hace bien eso, si no, creo que la señal está más que clara, tienes que dejarlo ir.

No te avergüences porque algo no funciono, porque tienes un corazón roto.

Tener un corazón roto es bueno, significa que te arriesgaste.

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